Combustión espontánea


Combustión humana espontánea
Javier Garrido

Una de las anomalías que mayor entusiasmo provocan en los devotos de lo paranormal es la llamada Combustión Humana Espontánea (frecuentemente citada por sus siglas en ingles: SHC, Spontaneous Human Combustion). Implica que un cuerpo humano, por lo usual vivo, comienza a arder de un modo súbito, sin una fuente de ignición externa conocida; al parecer, el fuego es producido por calor generado internamente, a través de algún mecanismo oscuro e indeterminado (existen varias teorías al respecto, todas igualmente insatisfactorias). Desde el siglo XVII hasta la actualidad se han documentado varias decenas de casos de este insólito evento.

En su versión más divulgada, el fenómeno nos es presentado de la siguiente manera: de forma inesperada, la víctima estalla en llamas; el fuego aparece bruscamente y sin causa discernible, es muy intenso y extremadamente localizado; en un lapso de tiempo muy corto, de minutos o aún de segundos, el cuerpo queda casi completamente destruido y reducido a un pequeño montón de cenizas grisáceas. La víctima no tiene la más mínima posibilidad de pedir ayuda o de realizar maniobras salvadoras. Por contraste, los objetos ubicados en su proximidad quedan relativamente indemnes, incluyendo algunos tan extremadamente combustibles como una pila de periódicos o una caja de cerillas; en numerosas ocasiones, las ropas de la víctima resultan relativamente poco dañadas. Como detalle macabro adicional, algunos segmentos del cuerpo resultan casi intocados por las llamas, generalmente las piernas y los pies, en ocasiones los brazos. Cuando no es destruido, el cráneo queda encogido hasta un tamaño inverosímil. Una capa de hollín grasiento suele quedar depositada en las paredes y en el techo de la habitación. En otras ocasiones, pequeños fragmentos del cuerpo quedan esparcidos por las paredes: es la «Explosión Humana Espontánea», aún más espectacular pero mucho menos documentada en la literatura.

Por supuesto, todo esto resulta realmente impresionante; de inmediato se agolpan en la mente imágenes de fuerzas ignotas y terroríficas, de dimensiones alteradas, de vorágines psíquicas, de poltergeists, y otras por el mismo estilo. Más terrenalmente, el fenómeno resulta particularmente insólito porque un cuerpo humano es, en condiciones normales, bastante difícil de quemar, si la idea es reducirlo a un montón de cenizas. Alrededor de tres cuartas partes del peso de un cuerpo humano son simplemente agua, lo que lo hace un pésimo substrato para la combustión. En un horno crematorio, se requieren temperaturas entre 760 y 1100 °C durante dos a tres horas para destruir un cadáver (el tiempo varía de acuerdo al peso y la talla del mismo), dejando un remanente de 1800 a 3600 gramos de residuos sólidos. Y ni siquiera en estas condiciones los huesos son reducidos a polvo: quedan en forma de fragmentos de tamaños diversos, que deben ser sometidos posteriormente a un procesamiento mecánico.

Por lo visto, nos encontramos ante un fenómeno inexplicable desde el punto de vista de la llamada «ciencia oficial». ¿O quizás no? Pero, antes de sacar conclusiones, tengamos en cuenta dos puntos de cierta importancia:

1. La descripción que he dado del fenómeno es más o menos «standard» entre los divulgadores de lo paranormal; sigue los hechos a grandes rasgos, pero se caracteriza por un par de curiosas omisiones (omisiones, por otra parte, intencionadas; de ellas hablaremos más tarde), y contiene asimismo algunas falsedades bastante gruesas.

2. La víctima siempre está sola, y en consecuencia no hay testigos. De hecho, no existe ningún caso verificado en que alguien haya observado una de esas supuestas «combustiones humanas espontáneas». ¿Ni un testigo? Pues sí, ningún testigo, en toda la ya larga historia del fenómeno…

A veces, basta un ligero esfuerzo para convertir lo simplemente extraño en inexplicable. En los párrafos siguientes intentaré dilucidar que hay de mito y que hay de realidad dentro de este aparente misterio.

Algo de historia y unos pocos casos La historia no comenzó precisamente ayer. Como se mencionó al principio, existen varias decenas de casos documentados, nada menos que desde el siglo XVII. Pero hay que tener cuidado respecto a lo que significa «documentado»: en ocasiones se trata de información de segunda, tercera o cuarta mano, a veces conocemos solo un nombre, a veces solo una fecha, muchas veces ni eso. Y en todo caso, «documentado» no significa, de ninguna manera «verificado».

El primer caso con fecha conocida data, según parece, de 1673, cuando un ciudadano de París, anónimo y según parece alcohólico, «fue reducido a una pila de cenizas y unos pocos huesos de los dedos, pero la cama de paja en la que murió quedó intacta» (Garth Haslam: Spontaneous Human Combustion; Brief Reports in Chronological Order). Al respecto, no conocemos otras circunstancias. Otros autores citan un caso de 1662, sin proporcionar más detalles.

Un caso famoso ocurrió alrededor de 1731 (curiosamente, se desconoce la fecha exacta): el de la condesa Cornelia di Bandi de Cesena, de 62 años de edad. Los restos de esta noble dama fueron encontrados por su doncella en el piso de su dormitorio (se presume que al ir a despertarla en la mañana). El cuerpo de la condesa había quedado reducido a una pila de cenizas «que dejaban en la mano una humedad grasienta y maloliente», pero las piernas y los brazos se encontraban relativamente intactos; parte del cráneo y la quijada se encontraban entre las piernas. Las paredes de la habitación estaban cubierta de hollín, y el suelo de un liquido pegajoso; de la parte inferior de la ventana goteaba un extraño líquido amarillo y grasiento; la cama no había sufrido daños. En el piso se encontró una lámpara de aceite vacía, cubierta de cenizas. Según parece, la fuente original de esta descripción es un artículo de 1746; posteriormente, este caso sería citado nada menos que por Charles Dickens. Es de hacer notar que en este incidente se encuentran prácticamente todos los hallazgos no míticos que posteriormente se repetirán una y otra vez en los casos modernos, y que caracterizan a la llamada «combustión humana espontánea».

La primera investigación sistemática del fenómeno se le debe al francés Jonas Dupont, quien en 1763 publicó un libro titulado De Incendis Corporis Humani Spontaneis. Según se cree, Dupont se inspiró en un caso ocurrido en febrero de 1725 en Rheims, el de una mujer llamada Nicole Miller, encontrada quemada en el piso de su cocina.

A lo largo de los siglos XVIII y XIX los casos menudean. Algunos de ellos resultan verdaderamente espeluznantes, como el de la Sra. Peacock, ocurrido en algún momento antes de 1809. El cuerpo de la desdichada mujer fue descubierto cuando a las dos de la madrugada sus restos carbonizados comenzaron a caer en la habitación de su vecino del piso de abajo, a través de un hoyo quemado en el suelo de madera. El gran novelista victoriano Charles Dickens no desdeñó el tema, y en su novela Bleak House, publicada en 1853, hizo morir a uno de sus personajes de esta manera tan dramática, empleando como recurso literario los detalles del caso de la condesa di Bandi. A las objeciones de un crítico respecto a que la combustión humana espontánea era imposible, Dickens respondió en el prefacio de la segunda edición de su novela invocando los alrededor de treinta casos registrados hasta entonces. Por lo que se ve, las polémicas al respecto no constituyen ninguna novedad.

Posteriormente, el interés por la Combustión Humana Espontánea languideció, hasta que vino a reanimarlo el célebre caso de Mary Reeser, ocurrido el 2 de julio de 1951 en St. Petersburg, Florida, el cual es considerado como un «clásico» de la Combustión Humana Espontánea. La Sra. Mary Reeser, una obesa viuda de 67 años de edad, fue encontrada reducida a cenizas en su apartamento; el cuerpo había quedado casi totalmente destruido, a excepción de su pie izquierdo. También se habían quemado el sillón donde se encontraba sentada, y una mesa y una lampara adyacentes; el resto del departamento sufrió muy pocos daños. Un detalle: la última vez que fue vista con vida – por su hijo, la noche anterior – la Sra. Reeser acababa de tomar dos cápsulas de Seconal, y fumaba un cigarrillo.

Mary Reeser Los restos de Mary Reeser, encontrados en su departamento el 2 de julio de 1951. Este caso es considerado como un verdadero clásico de la SHC, y se le llamó «el misterio de la mujer-ceniza». Al ocurrir la tragedia, la Sra. Reeser, de 67 años, se encontraba bajo los efectos de los barbitúricos que había ingerido previamente. El reporte policial concluye que «una vez que el cuerpo empezó a arder, la casi completa destrucción ocurrió por la combustión de sus propios tejidos grasos».

 

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